Día 8 de Julio de 1809. (I)
Santoral: suelto relativo al sitio: parte de D. Pedro Juan Morell del día anterior: bando también del día anterior: un artículo titulado Revolución de Suecia: y conclusión del artículo titulado Política.

Suelto relativo al sitio: "La batería que disponía el enemigo según diximos en el anterior, está colocada en frente de la torre de San Luis, y á la derecha del camino cubierto que hay desde dicha torre al castillo de Montjuich; la cual se presentó ayer mañana con dos cañones de 24, haciendo un vivísimo fuego contra dicho castillo, siguiendo en lo demás el mismo fuego de bombas, granadas y bala rasa en los mismo términos que se había anunciado.

Sucesos del sitio.

Durante la noche anterior se repararon en la plaza las obras de defensa y se concluyó la esplanada de mortero en el baluarte de Santa Cruz. En Montjuich se repararon del mejor modo posible los parapetos medio arrasados de la cortina y del baluarte de la derecha del frente atacado, reforzándose con sacos llenos de tierra el parapeto de la cortadura.

El enemigo hizo un fuego muy extraordinario y continuado. Era el preludio del gran combate que iba á tener lugar.

Desde que el sitiador vió frustrado su ataque del día 4, comprendió que la empresa de tomar el castillo de Montjuich á viva fuerza, era muy ardua y exigía un sacrificio muy grande. Acordó pues el asalto para este día, destinándose para ello un batallón del 16 de línea francés, otro del 32 ligero y todas las compañías de preferencia de su ejército, además de la masa auxiliar y de reserva. Para la cabeza se destinaron los granaderos más valientes y los vélites más atrevidos, siriviéndose de guías o vanguardia á modo de tiradores los 70 sargentos reputados como más arrojados, que voluntariamente se ofrecieron mediante la promesa de que al terminar el asalto serian oficiales. El mando de la operación se encargó al general Chabot, segundo jefe del cuerpo de ingenieros del sitio, y la dirección de la columna asaltante se confirió al coronel de Berg, Muff. Todo quedó preparado con el mayor disimulo, entre el estruendo de las baterías. Los seis mil hombres que debían entrar en combate se repartieron en ocho divisiones; tres de ellas se situaron delante del rebellín y frente batido del castillo; otras dos, desde el baluarte llamado de la Bandera en el mismo frente, hasta el de la derecha, que se denominaba de la brecha; y las restantes desde el de la Bandera hasta el baluarte vacío, y desde el de la brecha hasta el de San Daniel. La idea era de impedir la retirada. Asaltar a Montjuich y degollar la guarnición, para que con el terror, capitulara la plaza.

A las tres de la mañana, reinando aún la oscuridad de la noche, á la señal dada con diez cañonazos disparados por la batería imperial, simuló el enemigo un vivísimo ataque por la parte de la torre de San Daniel, con la mira de lograr que la guarnición del castillo, corriéndose hacia aquel punto, dejara sin refuerzo los que iban á ser atacados. Al oir dicha señal pusiéronse en marcha los enemigos á la vez hacia sus frentes y la columna destinada al asalto, avanzó al paso de ataque con orden de no disparar un tiro y valerse solo de la bayoneta.

Los defensores del castillo no se dejaron sorprender. Dado el aviso por las escuchas del rebellín, púsose la guarnición sobre las armas, con el mayor silencio, y cada cual ocupó su sitio. Los granaderos de Ultonia, como del cuerpo más antiguo, defendían el frente de la brecha detrás de la primera cortadura en la que había un mortero bajo el mando del capitán de artilleria D. José Taberner. Los granaderos de Borbón, sostenidos por un cañón de á 4, que flanqueaba la cortadura principal, y mandaba el teniente D. José Medrano, se colocaron en la cortina para batir al enemigo por el flanco. A retaguardia de los granaderos de Ultonia y Borbón, había una fuerza de 60 hombres, para ir reemplazándoles en sus bajas. La restante fuerza de infantería estaba repartida en las cortinas y otros puntos, escepto el pequeño cuerpo de reserva situado en el centro de la plaza del castillo á las órdenes del Gobernador del mismo. En el baluarte de la derecha del frente batido, había un cañón de á 8 que flanqueaba el foso y la brecha, á las órdenes de D. José Puig, capitán del primer tercio de voluntarios o migueletes de Gerona, agregado a la artillería. En el flanco del baluarte vacío que miraba al baluarte batido en brecha, había un obús de á 6 mandado por un sargento para disparar contra los enemigos que intentasen bajar al foso por delante de la cara izquierda del baluarte batido. Detrás de la segunda cortadura estaba colocado un obús de á 8, un cañón de á 24 y otro de á 16, mirando la rampa del baluarte. En el tambor de la poterna que salía al puente del rebellín había un obús de á 6 que flanqueaba la brecha por la parte del foso y la plaza de armas del camino cubierto, y que por falta de oficiales y sargentos, mandaba un cabo. Se había igualmente colocado en el rebellín un obús de á 8 el cual flanqueaba también la brecha. Este, el del tambor y el del baluarte vacío estaban dotados con saquillos de 500 balas de fusil cada uno para dispararlos como metralla.

En esta posición estaban los defensores del castillo, cuando las columnas enemigas llegando á medio tiro de pistola, rompieron un vivísimo fuego de fusilería, mientras los 70 sargentos tiradores, seguidos por los velites napolitanos y cerrados por una fuerte columna de granaderos, se arrojaron al camino cubierto, bajaron al foso valiéndose de escalas y formando una piñada masa, subieron decididamente por la brecha. Entablose un combate cuerpo á cuerpo, sangriento y mortífero. Con la superioridad del número lograron los más valientes llegar á la cima y formarse en ella un número de unos 40 á las órdenes de un capitán de granaderos que fue el primero en subir, y animaba con la palabra y el ejemplo á sus soldados.

La guarnición constestó con descargas cerradas al fuego enemigo, y con tanta serenidad y puntería, que causaron los mayores estragos. La artillería del tambor (1) y del rebellín cargada hasta la boca con cartuchos de fusil, sembró la muerte entre los que estaban en el foso, quienes tuvieron que sufrir también el fuego de una multitud de granadas de mano, barriles de pólvora, frascos incendiarios, bombas, granadas reales y cuantos elementos de destrucción había inventado el hombre para tales lances.

Los que habían subido a la brecha, engrosados por otros que con igual valor les habían imitado, se adelantaron decididos, pero fueron recibidos por el fuego de la cortadura. Al vez que tenían que pasar por sobre esta defensa, con la que no contaban, manifestaron en sus semblantes la más horrible sospecha y estuvieron vacilando si retrocederían o seguirían adelante.

Oyóse en este instante una espantosa detonación que hizo retemblar toda aquella parte del castillo. Era el inmediato repuesto de municiones que acababa de volar (2). Nuestros soldados obedeciendo al primer impulso del natural instinto, iniciaron un movimiento de retroceso en aquel crítico punto, pero el capitán de Ultonia D. Miguel Pierson y el teniente D. José Coluby con trece soldados decididos se mantuvieron en la cortadura y contuvieron al enemigo, encontrando el primero una muerte gloriosa entre las bayonetas francesas.

Como si el estruendo de la voladura fuese la señal de la victoria, apareció entre la humareda el segundo comandante del castillo D. Blas de Fournás, blandiendo la espada, á la cabeza de una parte de la pequeña reserva, animando con la voz hasta quedar afónico á los soldados. Al paso de ataque envistió al enemigo en la misma brecha, y tras sangrienta pelea á la bayoneta, cuerpo a cuerpo, lo echó al foso (3).

No desmayó empero con este primer contratiempo. A los primeros rayos del sol saliente, acudieron dos columna más. La una atacó el rebellín asaltándolo con multitud de escalas con que rodeó su muro. La otra bajó al foso auxiliando á los que habían sido arrojados de la brecha atacándola segunda vez. Tanta serenidad tuvieron estas fuerzas, que haciéndose cargo de cuan terrible había sido el fuego de flanco que les había hecho el rebellín, plantaron escalas al puente de comunicación y empezaron a subir. Los que habían atacado los dos baluartes del frente batido, incomodados por la artillería que no pensaban encontrar en ellos, y creyendo que la guarnición estaba toda en los puntos atacados, se corrieron hacia las cortinas inmediatas y baluartes de uno y otro lado del castillo, buscando un punto débil o mal guardado para asaltarlo también. Pero todo fué inútil, no había puesto descuidado y todos habían sido reforzados con la pequeña reserva, y en cambio se encontraron con nuevos fuegos de artillería que no esperaban, y tan bien dirijidos como los primeros que les diezmaron á porfía.

D. Juan Candy, capitán del regimiento de Borbón y comandante del rebellín, estaba herido en la cabeza, pero conservó su serenidad. Lejos de retirarse, dictó acertadas disposiciones y con su ejemplo infundió tal ánimo en su escasa guarnición, que se defendió con todo heroismo, á pesar de ser casi tantas las escalas como los defensores. Rechazáronse los que escalaban, quienes poseídos de admiración y espanto al ver tan obstinada resistencia se retiraron en desorden.

No sabían los sitiadores darse cuenta de su derrota, mejor dicho, no se avenían a sufrirla, y sus caudillos llenos de desesperación, los reunieron nuevamente volviéndoles á la pelea. Encendiose por tercera vez la lucha, pero los enemigos no se atrevían a pasar del camino cubierto. Sostuviéronse un momento, más convencidos de que eran impotentes para conquistar aquellas ruinas, á pesar de ser tan pocos los defensores, emprendieron la fuga, corriendo con la mayor precipitación á encerrarse en sus trincheras, dejando la brecha, el foso, el camino cubierto y todos los alrededores llenos de cadáveres, fusiles, sables, escalas, y toda clase de útiles y trofeos militares. Tres horas había durado el asalto.

La pérdida del enemigo fué extraordinaria, y sensible por cuanto recayó en sus mejores tropas. Quedaron heridos Chabot y Muff, y muertos o heridos casi todos los oficiales de Estado mayor y la mayor parte de los demás. Los setenta sargentos que iban de tiradores, murieron todos. Más de cien cadáveres se contaron en la brecha y 130 todos de granaderos al pié de la rampa de la misma. El enemigo tuvo más de tres mil bajas. Nuestra pérdida fué de 110 hombres.

Durante el combate una columna de caballería enemiga estuvo formada en el llano y puesta en observación.

El enemigo además de los fuego de Montjuich tuvo que sufrir los de la plaza, pues en ella se tocó desde el primer momento á generala y á somaten, cubriendo enseguida sus puestos, así los paisanos como los militares y también las mujeres de la compañía de Santa Bárbara. Los baluartes de la plaza, la torre Gironella, la de San Juan y el fuerte de Condestable, durante el avance de las comunas asaltantes hicieron contra ellas, un fuego muy vivo y acertado de mortero y de cañón, dirijiendo la puntería á favor de las balas de iluminación que disparaba el castillo. Iguales fuegos hicieron al retirarse el enemigo á sus trincheras.

Con las pocas tropas que quedaron sin tener lugar señalado en la ciudad formose una pequeña reserva en la plaza de San Pedro por si hubiese convenido acudir en auxilio del castillo. Durante el asalto, el enemigo bombardeó furiosamente la población.

Los españoles estuvieron muy prudentes en sus cálculos respecto á la pérdida de los franceses en este combate. Los datos de los oficiales extranjeros entonces al servicio de Francia, son los siguientes:

Buche dice: "El ejército sitiador tuvo en aquella acción 3.080 muertos ó heridos; entre ellos, 11 oficiales muertos y 66 heridos. Los wesfalianos tuvieron 219 hombres fuera de combate, entre ellos 9 oficiales muertos y 12 heridos".

Löbell confiesa que: "Las pérdidas fueron tan grandes que las compañías wesphalianas de preferencia que habían ido al asalto con lo menos 120 hombres cada una, perdieron más de la mitad de sus oficiales y volvieron con 20 ó 30". Añade después, "A la mañana siguiente, era un dolor ver la multitud inmensa de heridos en Sarriá".

Vacani, después de ponderar el valor de los velites italianos que iban á la cabeza en el asalto y de poner de manifiesto los errores que se cometieron en su dirección por los generales Verdier y Amet, "aumentando las víctimas de un combate que fracasó no menos por el modo de disponerlo que por la grave é imperturbable firmezas de los enemigos en la defensa", las calcula en 1.500 de tropa y muchos oficiales.

De los velites, cuyo total era de 100, cayeron 52 según Belmas que hace un grande elogio de ellos. Este autor supone que la pérdida de los sitiadores fue de 1.079 entre muertos y heridos, entre ellos 77 oficiales, todos muy calificados por su mérito y servicios anteriores.

Schépeler dice que el número de dichas bajas fue de 2.000, que es el que generalmente calcularon los españoles.

Lo que más impresionó á los generales franceses, fue el desastroso efecto moral que en sus tropas produjo el funesto resultado de su tentativa. Thiers, no tiene inconveniente en decir que "A la vista de lo que estaba pasando, no debiera haberse aumentado el celo de nuestros soldados".

Concluído el ataque el General Alvarez subió al castillo con uno de sus Ayudantes, el ingeniero comandante, la compañía de Reserva de la Cruzada, una sección de la de Santa Bárbara y 100 soldados con los que reforzó aquella guarnición. Dió el general las gracias al gobernador y á todos los defensores de Montjuich por el valor, bizarría y serenidad con que se había portado en tan señalado y glorioso combate, repartiendo entre los soldados todo el dinero que llevaba. La partida de mujeres de la Compañía de Santa Bárbara que acompañó al general despreciando el fuego enemigo, se empleó en aliviar según su instituto, á los heridos y demás tropa.

Apenas terminado el combate, ó sea a las 7 y media de la mañana se voló la torre de San Juan por imprudencia de un artillero que entró con una vela encendida en el repuesto de pólvora. Su explosión no fue de las más estrepitosas, pero cayeron sus muros y bóvedas, quedando convertida en un montón de ruinas, debajo de las cuales quedó sepultada una parte de su guarnición, ó sean 20 hombres del primer tercio de Vich con su capitán D. José Isern y el teniente D. Miguel Armadá, y 6 artilleros. Los demás se salvaron gracias a hallarse de guerrilla. Esta torre era de mucha utilidad para la defensa del castillo, del baluarte de San Pedro y de las baterías llamadas de San Roque situadas en la misma montaña, cuya artillería hubo de retirarse enseguida á la plaza. Tan luego como se observó esta desgracia, acudieron a prestar socorro el intendente D. Carlos Beramendi y muchos paisanos, así como una partida de las mujeres de la compañía de Santa Bárbara con la Comandanta Dª Maria Angela Bivern. Lograron retirarse ocho heridos á pesar del vivo fuego de mortero que el enemigo dirijió hacia aquel punto tan luego como observó lo ocurrido.

Al oirse en Montjuich la explosión de la torre de San Juan cada cual corrió al sitio que le estaba destinado en caso de ataque. El general Alvarez que aun se hallaba allí, con su acompañamiento y los jefes y estado mayor del castillo, se presentó en la brecha, como puesto de honor, por si se trataba de un nuevo asalto. Sabida la verdad del caso, regresó á la plaza, visitando de paso el lugar de la catástrofe.

La Junta Gubernativa de común acuerdo con D. Andrés Oller vocal de la superior del Principado, envió un abundante refresco a la guarnición de Montjuich. Dos de sus comisionados junto con el Sr. Oller pasaron á felicitar al general Alvarez por la victoria obtenida, suplicándole lo hiciera él en su nombre á la propia guarnición y ofreciéndole además los recursos necesarios para los premios que quisiese distribuir. La compañía de presbiteros seculares de la Cruzada que custodiaba los baluartes de Sarracinas y San Cristóbal, hizo un regalo en metálico á la guarnición de Montjuich, y un obsequio igual hizo á los artilleros de este castillo la compañía de estudiantes que guarnecia el baluarte de San Pedro. A las once de la mañana cantose un Te-Deum en la Iglesia Catedral por el obispo dela Diócesis, asistiendo el general Alvarez, la Junta Gubernativa, el Ayuntamiento y un numeroso concurso, que despreciaba el estallido de las bombas.

Fue verdaderamente conmovedor el afán con que los gerundenses cuidaron de los heridos en aquella famosa jornada, disputándose la preferencia de poder conducirlos sobre sus hombros desde el castillo hasta la plaza y despues hasta los hospitales, á pesar del peligro que el primer trayecto ofrecia por causa del vivo fuego que hacía el enemigo á cuantos veia transitar por el camino. Las mujeres de la escuadra de San Narciso de la compañía de Santa Bárbara, al mando de Dª Lucía Jonama, que se hallaba de punto en el barrio de San Pedro, y que se había distinguido durante el combate llevando aguardiente y agua á los defensores del baluarte del mismo, en medio de una lluvia de bombas y granadas, al llegar los heridos bajados de Montjuich, llevaron cuantos pudieron al hospital de sangre sito en la iglesia de San Pedro y allí les cuidaron y auxiliaron bajo la dirección de los facultativos, distinguiéndose notablemente Dª Teresa Andri, Dª Maria Mató, Dª Narcisa Bofill y Dª Maria Josefa Jonama.

Así que los asaltantes de Montjuich se hubieron replegado dentro sus baterías, rompieron estas un vivo fuego para desquitarse del ultraje recibido. Desahogaron su despecho enviando á Montjuich bombas, granadas, balas, metralla, piedras y cuantos proyectiles encontraron.

En el propio castillo se construyó una esplanada de cañón en el flanco opuesto al del baluarte batido, se cortó un tramo del puente de madera que unia con el rebellín para colocar en su claro un puente levadizo y se reemplazaron sobre la brecha dos caballos de frisa.

Antes de anochecer, recelando el enemigo de la bravura de los sitiados, reforzó sus baterías con una fuerte división que sacó de sus campamentos del llano. La guarnición de Montjuich fue á su vez reforzada con un reten de 200 hombres.

Como en el foso de Montjuich se encontraron 482 fusiles, con ellos y con los que se habían cojido á los prisioneros y los de los desertores, se armó de nuevo el primer tercio de voluntarios ó migueletes de Gerona, que hizo en adelante fuego al enemigo con sus propias armas.

Algunos días antes del que ha sido objeto de la precedente reseña, había salido de Gerona, en dirección á Hostalrich, D. Rodulfo Marshal, y el capitán Rich ayudante del general Alvarez, en busca de refuerzos que tenia ofrecidos el general Coupigni. Alvarez tuvo noticia de que Marshal habia salido de Hostalrich con 1.500 hombres y debia entrar en Gerona pasando por Palol de Oñar. En su virtud, mandó salir á las dos de la madrugada de este día 8, una columna de 400 hombres sacados de los varios cuerpos dela guarnición, al mando de D. Ignacio Ramirez de Estenós, sargento mayor del regimiento de Borbón para proteger la entrada de aquellos. Dirijióse este jefe hacia el indicado punto, y encontrando dos pequeños campamentos enemigos los quemó, depues de una debil resistencia que opuso la tropa que los guardaba la cual huyó á la ermita de los Angeles. No habiendo visto en ninguna parte el refuerzo que se esperaba, lo avisó por medio de un ordenanza al general Alvarez quien le mandó regresar, verificándolo á las 4 de la tarde sin haber tenido pérdida alguna.

Marshal con su fuerza habia tomado la dirección convenida; pero denunciado al cruzar su columna cerca de Llagostera, la linea de bloqueo del general Pino, por un rezagado, hecho prisionero, se encontró, poco después, sorprendido entre fuerzas numerosas que había destacado Saint-Cyr, dispersándosele las suyas. A pesar de las contínuas alarmas que los brigadieres Wimpffen y Cuadrado, que mandaba en Hostalrich, hicieron á la division Souham por las inmediaciones de Santa Coloma de Farnés, para ocultar la empresa de Marshal y atraer hacia ellos á los franceses, Saint-Cyr logró que el jefe irlandés cayese en las redes que le había tendido, de modo que éste solo logró escaparse con doce hombres que se resolvieron á seguirle, despues de finjida una capitulación. Mil hombres quedaron con este contratiempo prisioneros de los franceses, y los demás, excepción de los que siguieron á Marshal, huyeron en dispersión logrando despues en su mayoria unirse a los somatenes, que al revés de lo que supone Saint-Cyr, les acojieron y pusieron en condiciones de reunirse al ejército español.


Notes

(1) El obús del tambor fue el que mayores estragos causó al enemigo. Hizo 47 disparos con sacos llenos de balas de fusil como queda indicado. Tornar al text

(2) La voladura del repuesto de granadas de mano fue debida á lo siguiente. Aspirando un oficial de infantería que se conservaba detrás de los artilleros á tomar parte en la defensa más inmediata de la brecha, obtuvo de Medrano que le permitiese lanzar por su mano sacos á foso de los que no cesaba de echar sobre los enemigos. Pero inexperto en tal servicio, no poco arriesgado por otra parte, arrojó uno de los sacos con tal torpeza que, además de herir y derribar á un artillero que estaba próximo, comunicó el fuego al repuesto de granadas de mano, que al reventar difundieron la muerte y el espanto consiguiente en los defensores de la brecha. Tornar al text

(3) Medrano dice que Fournás iba diciendo á los que se retiraban de la brecha á consecuencia de la voladura del repuesto de granadas de mano: "Hijos mios ¿dónde vais? ¿Preferís una muerte segura y vergonzosa á un triunfo honroso que nos va á salvar a todos? Volveos, yo voy con vosotros: sin duda triunfaremos, y si nó, moriremos con mucho honor y con mucha gloria; pero no temáis, ya nos huyen; á la bayoneta". Tornar al text


Bibliografia.

Extret de "Reseña histórica de los Sitios de Gerona en 1808 y 1809". Emilio Grahit y Papéll, Imprenta y libreria de Paciano Torres, Gerona. 1894.

























Regiment Ultònia 1808-1809.
Banda de Música (1ª part).
Dibuixos de Joaquim Pla i Dalmau, extrets de la làmina publicada per Pla i Dalmau, 1980.

Back-Index-Next